Compasión y cuidado

 

Cuando los paleoantropólogos encontraron en la Sierra de Atapuerca el cráneo número 14, de aproximadamente 530.000 años de antigüedad… se armó un gran revuelo.

Tanto que hasta le pusieron un nombre al cráneo, Benjamina (que significa “la más querida”). Este fósil no era de Homo sapiens, pertenecía a un individuo, de la especie Homo heidelbergiensis, que debió morir aproximadamente con 10 años.

No era el primero de los fósiles que encontraban de esa especie. Lo novedoso residía en que Benjamina tenía una importante malformación craneal. Teniendo en cuenta el tipo de malformación en individuos actuales de nuestra especie, se dedujo que a Benjamina esto le habría impuesto un retraso psicomotor importante y problemas para valerse por sí misma. De manera que si no hubiera sido aceptada y cuidada habría sido imposible que sobreviviera hasta los 10 años.

Y ese cuidado solo pudo surgir... de la compasión, ese sentimiento que es la cara B de nuestro egoísmo recalcitrante, que nos convierte en seres altruistas, impulsándonos a actuar en beneficio del otro incluso en contra de nuestro propio bienestar. Este maravilloso sentimiento se relaciona con otro considerado más elevado aún, si cabe, al que llamamos amor. Y, tradicionalmente, solo habíamos sido capaces de reconocerlo y aceptar su expresión en Homo sapiens. De ahí todo el revuelo… Benjamina resultó la constatación de que en el Pleistoceno medio ya habían florecido en nuestros ancestros estos nobles sentimientos.

No hacía falta añadir nada más… resulta realmente hermoso y emocionante saber que hace más de medio millón de años unos humanos que no eran como nosotros ya sentían lo mismo que nosotros… Pero, por esa exacerbada necesidad de sentirnos especialmente diferentes o responder definitivamente a “qué es lo que nos hace humanos”, a raíz del descubrimiento y hasta la actualidad, aún hay quienes afirman que sentir compasión es una capacidad exclusivamente humana, argumentando que cualesquiera otros animales hubieran abandonado a una cría con malformaciones nada más nacer.

Bueno, ese argumento en realidad no se sostiene. En primer lugar no se puede medir con el mismo rasero a la enorme cantidad y variedad de animales existentes. Ni es necesario minusvalorar a nadie (aunque camine a saltos o a cuatro patas) para poner en valor los más nobles sentimientos de nuestro género. Pero es que, además, hay abundante documentanción científica sobre otras especies que han actuado con generosidad hacia sus congéneres, u otros individuos de especies diferentes, que apuntan a que la compasión, propiamente dicha, quizás no les algo tan ajeno. Desde ratas que enseñadas a manejar una palanca para recibir comida, dejaban de comer si al accionar la palanca veían a una congénere recibir una descarga eléctrica... hasta monos que se estaban dejando morir de hambre para evitar lo mismo respecto a un congénere en un experimento similar (Sobre la compasión y estos y otros ejemplos de generosidad en otros animales "Primates y Filósofos" de Frans de Waal).

Por otra parte, dada la enorme diversidad de especies y de individuos dentro de cada una de ellas, y las posibles circunstancias y situación interna y/o externa de esos individuos, seguramente podríamos encontrar también una variedad de respuestas a una cría con malformaciones.

Pero, incluso produciéndose el abandono, no se puede deducir de él la imposibilidad de la madre de sentir empatía o compasión, y menos aún tomarlo como una característica distintiva de su especie. Y esto, lo sabemos perfectamente, en cuanto a que se conocen desde antiguo casos entre nuestros congéneres de abandono, canivalismo, sacrificio, trueque (venta) de recién nacidos; no ya con malformaciones sino completamente sanos que, por circunstancias adversas externas (falta de recursos , rechazo social, pobreza, etc.) e internas (desequilibrios emocionales o mentales) han sido rechazados.  

Hoy en día -y desde hace ya años- resulta innegable que la compasión se ha observado en otras especies, como grandes simios, delfines, perros... y otros mamíferos, aunque la comunidad científica sigue dividida respecto a si es una cuestión de grado y una parte importante de la sociedad sigue negándolo.

Esto último es hasta cierto punto normal, pues muchas personas pasan su vida sin tener contacto con otros animales o valorándolos únicamente desde la perspectiva utilitarista como mercancía, trofeos o animales de compañía… o desde la perspectiva del que se siente un ser superior y al resto de especies poco más que objetos animados o “máquinas biológicas”. El hecho de que no utilicemos los mismos lenguajes y vías de comunicación lo hace todo mucho más complicado. Una persona puede querer mucho a su mascota y haber compartido muchos años de su vida con ella y no haberla entendido jamás.

Siempre pongo el caso de mi madre y su canario. A ella le enternecía y encantaba su color y su canto… cuando murió lloró amargamente su pérdida. Sin embargo, nunca intentó conocer sus necesidades, entender por qué cantaba, o que suponía para él vivir aislado de sus congéneres y encerrado en aquella minúscula prisión, dónde cada día de su vida veía el mismo paisaje, teniendo alas para volar y recorrer miles de kms de paisajes diferentes. Pensaba que con tenerlo limpio y alimentado era suficiente. No es que mi madre fuera una persona malvada… al contrario, era una persona simpática y amable que se preocupaba por las personas. Pero no pudo sentir empatía por el canario. No es raro que un individuo de una especie no empatice con el de otra especie diferente… aunque tampoco es raro lo contrario. Pero si a esto le añadimos haber sido educada en la convicción de que los animales no tenían “alma” como nosotros,  y  que su única razón de existir era para nuestro bienestar y disfrute, tenemos la combinación perfecta para no poder empatizar. Hoy en día, pese a que la religión no tiene el peso que tenía en tiempos de mi madre, seguimos inmersos en una cultura judeocristiana y muchos siguen teniendo la misma concepción de superioridad humana respecto al resto de especies animales.

Para comprender a otras especies tenemos que tratar de dejar aparte los prejuicios… y esto, evidentemente es muy difícil, incluso imposible de forma absoluta. Pero de alguna manera es necesario mirar desde su misma altura... por eso, el mejor momento para empezar, es cuando aún somos niños. No podemos pensar que somos iguales porque entonces corremos el riesgo de ponerles características humanas que no poseen. Pero sí podemos pensar que esa desigualdad no implica superioridad o inferioridad, simplemente, significa que somos diferentes. Aunque, por otra parte, no tanto… tenemos similitudes estructurales físicas, mentales y psicológicas. Y por ello podemos descubrir, con facilidad, aquellas características comportamentales que compartimos y por lo tanto nos resultan fácilmente reconocibles. Esto es especialmente cierto con los mamíferos pero también con muchas otras especies de vertebrados que dejan traslucir sus emociones, perspicacia o formas de enfrentar problemas, de una u otra manera similar a las nuestras.

Sin embargo, como hace más de medio siglo que los investigadores expertos aportan pruebas de empatía y compasión en otras especies, no deja de resultar sorprendente que los medios de comunicación no se hayan hecho eco de estas noticias o no les hayan dado el énfasis y difusión que merecen. Lo que me lleva a pensar -por esto y por lo que se desprende de conversaciones al respecto- que muchos humanos prefieren vivir de espaldas a la realidad de que no son la única especie que ama, sufre, disfruta y es capaz, en circunstancias extremas, de dar su propia vida por aquellos a los que quiere.

Resulta curioso que hayamos dedicado años y esfuerzos en buscar vida inteligente extraterrestre y a penas seamos capaces de reconocer que estamos rodeados de ella por todas partes.

Sea como sea, yo misma he sido testigo de expresiones de empatía, amor y compasión en muchas ocasiones y en más de una especie. Aunque en lo que se refiere al amor y la compasión no serían aceptadas la mayoría, porque podría argumentarse que en sus actitudes también buscaban el beneficio propio, tengo alguna que otra en las que claramente no había posibilidad de beneficio propio.

Por ejemplo: un perro que solía perseguir gatos dedicó parte de su tiempo a lamer las heridas de un gato sarnoso. Al pobre gato ya no le quedaba pelo en la cara y la cabeza y en el resto del cuerpo tenía diversas clapas con costras y pústulas. Las zonas infectadas le debían causar dolor y mucho malestar,  motivo por el cual permanecía inmóvil ante el suave lamido del can.

Era curioso observar cómo el perro realizaba la operación. No como cuando lamía un hueso al que trataba de ablandar para zampárselo… o cuando te lamía la cara o las manos embargado por la emoción de un reencuentro o la perspectiva de un paseo, con esa intensidad que ponen los canes en estas circunstancias. Se acercaba al gato parsimoniosamente y lo lamía de la misma manera, con cuidado, sin prisas ni pasión.

Evidentemente, el perro empatizaba con la situación del gato. Si esta identificación solo le hubiera producido angustia personal, hubiera actuado egoístamente viniendo hacia mí y poniendo su cabeza bajo mi mano para que lo acariciara y sentirse así aliviado. Pero su empatía iba más allá de comprender la situación del gato, pues se sentía impulsado a realizar una acción altruista, orientada al otro, en la que no tenía nada que ganar. Antes al contrario, podía tener mucho que perder, pues se exponía a contraer la sarna -aunque esto no lo supiera- y a que el gato viniera más a menudo y comiera más de su comida -esto sí que lo sabía-. No pude evitar pensar que quizás Volia -que así se llamaba el perro- podía entender tan bien la situación del gato debido a que tenía Leishmania y esta le provocaba pústulas en la piel (por lo que tenía que ser a menudo medicado además de para mantener a raya la leishmania para los síntomas que le generaba).

Otro ejemplo es el de una gata (la negra en las fotografías) que, desde que rondaba el año de edad, siempre trató de expulsar a su hermana de lo que ella considera su territorio (el terreno que rodea mi casa). Pero, en una ocasión que la hermana primeriza trajo un par de días a sus cachorros a mi parterre (la parda con los cachorritos en las fotos), sorprendí a la gata negra cuidando de los pequeños. No fue una acción egoísta pues, en ningún momento, demostró quererlos para ella, intentando llevárselos, por ejemplo. Únicamente se tumbó a corta distancia de su hermana con los cachorros, les dedicó algo de atención y cuidado y al rato se marchó. 



 

Otra vez encontré a la misma gata -por lo general arisca con sus congéneres- lamiendo con esmero a su hermana que llevaba un tiempo algo floja de salud por unos ácaros que le provocaban mucho picor -en el video se ve, cuando gira la cabeza hacia la izquierda de la imagen, una zona oscura sin pelo detrás de la oreja que era dónde más se rascaba-. 

Cuando un gato lame a otro o a un humano, es la máxima expresión de cariño o amor -otras muestras son los cabezazos y restregones-. Pues esta acción, solo es habitual dirigida hacia ellos mismos o sus crías, durante los concienzudos aseos y peinado de pelo. El peinado lo realizan con un grupito de puas que tienen hacia el interior de la lengua a modo de cepillo.

 

Este comportamiento también fue observado en un gato macho adulto hacia uno inmaduro no emparentado con él. Lo que resulta aún más extraño al tratarse de un macho (por lo general, entre los mamíferos, suelen presentar actitudes aparentemente más egoístas que las hembras). La persona que me lo dijo lo observó en más de una ocasión y me envió el video. El inmaduro actuaba como si mamara y el adulto le lamía de manera similar a una madre con su cachorro. El pequeño buscaba consuelo y el mayor se hacía cargo de la situación y actuaba en consecuencia, no siendo ni siquiera familia, era un acto totalmente altruista (aunque el movimiento de su cola denota cierta incomodidad o nerviosismo, no es de extrañar pues el gato inmaduro era casi un desconocido pues había llegado hacía muy poco tiempo).

 


Por lo general se toman este tipo de datos de forma aislada y se buscan razones para rechazarlos como expresiones de amor y compasión. Pero cuando los vas observando a lo largo de los años, en diferentes especies y grupos, te das cuenta que, realmente, son la expresión de unas emociones y sentimientos que van más allá de los instintos y relaciones de parentesco.

Curiosamente, el ejemplo que guarda total paralelismo con el caso de Benjamina, lo he visto en gatos que no destacan, precisamente, por ser unos animales muy sociales ni sociables. Pero lo cierto es que, a su manera, forman grupos y tienen una enorme riqueza de comportamientos entre ellos que van desde el individualismo hasta la cooperación. Fue con una de las hermanas, la gata parda, cuando tuvo dos preciosos gatitos blancos en el verano del 2021. (en la foto las dos hermanas compartiendo espacio y escalón entre sí y con el flamante macho recién llegado y padre de las siguientes generaciones hasta el 2022, año que murió después de superar una terrible infección bucal que le dejó en los huesos y muy débil)


 

Todas las gatas asilvestradas que, a lo largo de los años, han elegido mi casa como recurso para su alimentación, traen a sus cachorros cuando cumplen el mes de edad para que empiecen a comer -al principio del cacharro del perro… pero con el tiempo acabé poniéndoles sus propios cacharros-.

Fue entonces cuando, en el caso que nos ocupa, vi que uno de los dos cachorros tenía una grave malformación. Desconozco si podría tener genes de alguna de esas razas de gatos sin cola, pero esta le faltaba por completo y probablemente alguna vértebra más. Las patas de atrás no le aguantaban y se desplazaba espatarrado y arrastrando los pies por el suelo desde la punta de los dedos hasta el talón. La zona ano-genital también parecía malformada,  probablemente expuesta la médula, y con incontinencia fecal. En resumen, el pequeño gato, presentaba una forma grave de espina bífida. 



La madre le lamía constantemente hasta dejarlo completamente limpio… y así lo hizo el máximo tiempo que pudo. En las fotografías, dónde se ven a los hermanos jugando, tenían dos meses y poco más; edad en la que su alimentación ya se basaba principalmente en alimento seco. Aunque aún mamaban, las heces ya no son tan pequeñas y ligeras como cuando se alimentan exclusivamente de leche materna y aun así su madre seguía limpiándolo totalmente y aún lo haría por algo más de dos meses,  hasta que ya no pudo más (los gatos, como muchos otros mamíferos, cuando limpian a sus crías ingieren su orina y heces). 



 

El cachorro pudo vivir hasta los 4 - 5 meses. A esa edad su hermano y él pasaban la mayor parte del tiempo independientes de la madre y ya no mamaban. Su hermano no lo rechazó, al contrario, estaban siempre juntos pese a la suciedad y el hedor del enfermo -como se aprecia en el video, refugiados en el alfeizar de la ventana mientras llovía, cuando ya había sido colonizado por insectos necrófagos y le quedaban pocos días de vida-. La madre aún les echaba un ojo de vez en cuando y hacía el ademán de limpiarle cuando se le acercaba, aunque tristemente ya no podía y desistía de una tarea que ya resultaba imposible, retirándose lánguidamente. El último mes ya se apreciaba que se había quedado atrás y su salud iba empeorando por la diferencia de tamaño con su hermano.


 

Teniendo en cuenta que a los 6-7 meses un gato ya está totalmente emancipado; haber vivido hasta algo más de 4 meses de edad es muchísimo, dadas las circunstancias. Para hacernos una idea por comparación, pongamos que un joven de 18 años ya esté emancipado (en la actualidad eso no sucede hasta los 30 o más… pero bueno podemos suponer que con 18 sabría cuidar de sí mismo lo suficiente para no enfermar o morir si no tuviera a sus padres) y lo equiparamos a los 7 meses del gato, un gato de 4,5 meses -que calculo debía tener cuando murió- equivaldría a un niño de once años y medio. Más o menos el tiempo que vivió Benjamina.


En cualquier caso,  aunque no todos estemos dispuestos a admitir amor y compasión gatunos en este caso, sirve de muestra que hay otros animales, además de Homo sapiens y otros humanos ancestrales ya desaparecidos, que no rechazan ni abandonan a una cría recién nacida, aún con graves malformaciones y limitaciones físicas derivadas.

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